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Foto del escritorDandelion Lamat

Relación entre emociones y órganos del cuerpo humano

Todo el mundo sabe que un organismo para mantenerse saludable tiene que alimentarse de forma adecuada, hacer mucha actividad física, pero sobre todo, aprender a aceptar y expresar las propias emociones para tener un rendimiento óptimo.

Las emociones toman forma dentro de nosotros, emociones que siempre tienen un impacto en el plano físico.


Si nos damos cuenta de que el cuerpo conserva en la memoria los traumas podemos identificar, inmediatamente, las señales en el origen de una disfunción. Tales tensiones profundas pueden surgir y manifestarse en cualquier momento. Cuando nuestro estado emocional está alterado, perdemos la lucidez en el razonamiento; es entonces, cuando los órganos sufren las repercusiones de tales emociones (J.P. Barral 2005). Esto se debe a que los órganos están en estrecha relación con el sistema límbico gracias a la intervención del tálamo, conexión sensitiva en la comunicación cerebro, cuerpo y órganos.


Por ejemplo, un hombre pierde su trabajo: un serio trauma psicológico, un estrés social. Después de un tiempo tiene dolores incesantes en el estómago, que no es capaz de conectar al trauma psicológico sufrido. Lo que ha pasado es: el cerebro ha recibido un mensaje negativo y para liberarse de él, lo reenvía, en este caso al estómago. Esta somatización provoca dolores y contracturas, debido a ello el cerebro recibe dos mensajes negativos: “he fallado en el trabajo” y “me duele el estómago, por lo tanto estoy enfermo”. Las dos informaciones se combinan y provocan fenómenos depresivos. Reflejos viscerales y comportamientos instintivos han tomado el relevo. Tratar el estómago (sin tapar los síntomas) equivaldría a eliminar una de las dos informaciones negativas, permitiendo al individuo comprender y gestionar el estrés psicológico sufrido y a enfrentarlo racionalmente. Es así como las emociones “toman forma dentro de nosotros”.


El aspecto visceral daña la emotividad y la emotividad daña el aspecto visceral (McEwens & Gianaros, 2010). También hay una jerarquía en la reactividad de los órganos según la gravedad, la duración y de la intensidad del estrés. Las reacciones emocionales pueden ir desde simples espasmos de la vesícula biliar a la alteración de la respiración, reflujos, taquicardia, a síntomas más graves. El fenómeno desencadena la somatización, que nos permite mantenernos en un estado de buena salud mental, en la medida en que sigue siendo aceptable y no nos ponga en una condición de peligro. ¡Afortunadamente somatizamos!


Según datos clínicos y científicos, la ansiedad y el sistema gastrointestinal están vinculados. Las personas que sufren de problemas de ansiedad tienen más probabilidades de agravar su patología gastro-intestinal o que desarrollen una (Roy-Byrne 2008). La ansiedad se desencadena o empeora en caso de problemas intestinales (Banovic, Gilbert & Jacques, 2010), los problemas de ansiedad, provocan problemas digestivos inflamatorios (Savignac , 2011). Por lo tanto, el enlace bi-direccional entre el cerebro y el intestino crea un círculo vicioso de mantenimiento y agravamiento de la inflamación visceral y del estado psicológico.

Es crucial darse cuenta de que nuestro cuerpo, en su globalidad, conserva la memoria de situaciones estresantes, listo para despertar tan pronto como se presente o vuelva a presentarse la ocasión.

Prueba de ello es la llamada “memoria del agua”. Según una investigación realizada por el Premio Nobel de medicina Luc Montagnier y el físico italiano Emilio Del Giudice, algunas secuencias de ADN pueden inducir señales electromagnéticas de baja frecuencia en soluciones acuosas muy diluidas, las cuales mantienen una “memoria” de las características del propio ADN. Gracias a este estudio, los investigadores explican cómo sería posible desarrollar sistemas de diagnostico, hasta ahora nunca diseñados, basados en la propiedad informativa del agua biológica presente en el cuerpo humano. Esta investigación confirma, por lo tanto la presencia de una “memoria corporal” que debe ser escuchada e interpretada para evitar la radicalización del trauma y las inevitables consecuencias patológicas.


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